martes, 8 de abril de 2014

A Santa María del Mar.



Había un altar no demasiado pretencioso, de esos simples y elegantes, muy del gótico catalán. El ábside de la basílica era algo así como un bosque de bambú: parecía grácil, esbelto y nerviudo. La virgen del bambú, como decidió bautizarla, no tenía cara ni de María tristona ni de María extasiada. La comparó  con  la cara de las vírgenes “idas”  del pueblo de sus abuelos y sonrió un poco, parecía que se hubieran metido un tripi y hubieran tenido un mal viaje. Las caras dolientes formaban parte de su imaginario, y si me apuras, del de todos los que nos hemos criado viendo cruces e iglesias. Se imaginó la escena: Una mujer joven y serena cerca de una ventana, paredes desnudas y poco mobiliario alrededor. De repente,  baja del cielo un tío bastante atractivo, con el pelo  rizado y rubio como el trigo de Galilea, los ojos polvorientos como el viento del desierto y ella…. Ella, tan tierna mujer pero mujer, tan encantada de haberse juntado con el carpintero de buen nombre y carácter, tan convencida de que lo que veía era rarísimo va y se queda sin habla, le pinchan y no sale gota, cuando le anuncia Gabriel, el arcángel buenorro, que va a ser madre de una criatura fruto del Espíritu Santo. Justo entonces, los carpinteros y escultores de los siglos venideros decidieron congelar esa expresión de María y representarla así. Bueno, así o doliente y desesperada, intentando entender porqué  Dios le había enviado un hijo al que ahora crucificaban un puñado de romanos sudorosos.  Pero, como ya se ha dicho, ésta no es una Virgen María al uso. Tiene a su niño Jesús, un bebé con cara de  retoño real y no de niño grande e inquietante, apoyado en el costado, en una posición que se le antoja natural. Y el rostro es el de una mujer segura, tranquila, que está feliz por ser madre y que no tiene ni idea de lo que le va a venir de aquí a un tiempo, cuando sacrifiquen a su hijo por ser revolucionario y decirles a los ricos que los pobres, los niños, las putas y los enfermos, también tienen derechos. Se podría enamorar de esa chica, es de una belleza muy real. Con una carcasa de piel y hueso y cambiando la túnica por pantalones pitillo y un jersey sería toda una barcelonesa de pro. Lo más seguro es que escuchara electrónica e indie y su voz fuera dulce y tranquila. Sonreiría con la cabeza un poco ladeada y cuando se enfadara los ojos se le endurecerían como puñales de carbón. Tendría el pelo tirando a claro y la sonrisa ancha y franca. Lo más seguro es que fuera algo soñadora y, claro, estaría en el paro. Ocuparía parte de sus mañanas en desayunar  ante el ordenador mientras escribe cartas de recomendación y envía currículos. Se plantearía hacerse puta en ocasiones, porque querría seguir estudiando y las tasas están imposibles. Pero no lo haría, porque es de las que tienen otros recursos. Daría largos paseos para ocupar el tiempo libre restante y quedaría con sus colegas buscavidas, muchos organizados en colectivos sociales, para hacer unas birras compradas en el badulaque más cercano. Envidiaría a los que tienen trabajo.  Sería de las que cuando bailan cierran un poco los ojos y que cuando se acuestan con un chico se va antes de que se despierte para no crear una situación incómoda. Y por todo esto, porque podría ser cualquiera de nosotros, él seguía sentado en el banco de madera pulida y los japoneses, los rusos, los ingleses, algunos devotos catalanes y algún descreído como él, vagaban por la basílica. Manda huevos el tiempo libre, eleva los pensamientos a un punto inalcanzable…  y él,  no sabe rezar, nunca ha sabido. Tampoco cree que tenga derecho a pedir nada a una estatua de piedra… Joder, está hablándole a una tía de piedra. Aunque no es la primera ni la última vez que lo hará. Aquella tía con la que se enrolló hace tres meses, resultó ser una perra… Nunca nos  habríamos imaginado que podría colgarse tanto. Quizás se  volcó  demasiado, sí, sin trabajo, sin futuro; las prioridades cambian. Lo que estando ocupados parece importante cuando no lo estamos parece vital. Luego se acaba y te das cuenta de que no era para tanto. Necesitaría un curro, el que fuera, algo para ir tirando y para que el tiempo tuviera sentido. Casi sin darse cuenta pasarían los días y las horas y no tendría que recordar y preguntarse tantas cosas. Seguro que entre la ebanistería, el marrón de que no la lapidaran por quedarte preñada de alguien que no era José y todas la pesca, no tenías mucho tiempo de darle al tarro, ¿eh María? Al fin y al cabo: prioridades… La prioridad debe ser uno mismo, lo que a uno le haga sentir bien que lo que hace sentir mal ya viene solo. Si pudiera escuchar todo lo que la gente pide aquí… Dame un trabajo, deja que mi marido vea la luz y deje de beber, no permitas que mi hijo se vaya por el mal camino; y él  que no tiene especiales problemas aquí sigue sentado. Si yo fuera Dios dudo que pudiera, por más que fuera omnipresente, atender a todas las peticiones. El rico pide que la empresa siga creciendo y el trabajador que no se quiere quedar sin curro, que le sigan explotando. Hasta los descreídos se acoquinan cuando entran en una iglesia. Algún tiempo de energía se cuela entre sus pilares y le deja a uno ensimismado.  “Qué descansada vida la  del que huye del mundanal ruido”, que decía Fray Luis de León… Vaya carrera de mierda que estudié -se decía- pa saber cosas inútiles como ésta y que no me sirvan ni para echar un polvo.  Diría que el 80 por ciento de la gente es tonta del culo, por supuesto que yo no me salvo de la gilipollez general. Algo de imbécil debo de tener cuando no me quieren ni para hacer de teleoperador… En fin, que seguiremos bregando, ¿no? Quizás debiera dar el salto, la gente parece crear mucho durante la crisis y se “reinventa”: palabra del momento. Los españoles comemos bien, somos alegres y nos “reinventamos “mucho. No quiero ser un cínico, por favor, todo menos ser un cínico. Eso es lo que pediría… el cinismo apesta y quita el brillo de todo lo bueno, lo convierte en ceniza.

miércoles, 15 de enero de 2014

PORQUÉS PEQUEÑITOS.



Estaban sentados frente a frente, ella con las piernas cruzadas y mirando hacia la nada y él siguiendo la estela de una mota de polvo. La luz entraba, tibia, por el enorme ventanal de la sala de estar. Él se había pasado gran parte de su vida buscando y aprendiendo palabras nuevas con la esperanza de poder expresar libremente lo que sintiera, sin tapujos. Con la firme creencia de que los matices pueden hacer virar las conversaciones. Ella, con los años, se había dado cuenta de que el significado literal de las palabras no existía en realidad, pues cada persona guarda  su subjetividad en las mismas.
Él dijo cansancio, y ella entendió tedio. Intentó preguntarle a qué tipo de cansancio se refería… Pero no hubo respuesta. Ella siguió: usó desasosiego. Pero él no había colocado esa palabra en su paleta emocional, así que por asociación entendió ansiedad. Ella le explicó que no era lo mismo, que el desasosiego comporta cierta ansiedad pero no a la inversa. Que hay un vasto territorio de una palabra a la otra y que el desasosiego viene dado por algo que no acabamos de entender pero que nos afecta irremediablemente. Él no entendía que algo que no pudiera ser tangible causara esa emoción… Así que habló de miedo. Ese es otro tema,  ella dijo, aunque sí que sentía miedo.

 Hablaron de amor, en eso estaban de acuerdo, lo sentían el uno por el otro. Pero ella quiso aclarar de qué amor estaban hablando, porque hacía mucho que notaba ciertas diferencias. Él escogió, con mucho cuidado, las palabras cariño, abrazo, arropar, escucha, comprensión y libertad. Mientras que a ella le sonaron a cariño a secas. Amor, se dijo,  es otra cosa. Le parecía que debía incluir conceptos más importantes como comunicación, confianza, sensualidad, risa y el verbo compartir. Analizó los andamiajes de la sintaxis, el lenguaje no verbal y voló por las azoteas de lo que a ella le hubiera gustado y necesitaba escuchar. Acto seguido, sintió vacío… Adiós y vacío, dijo, son dos palabras que van de la mano. Y fue en ese momento, cuando se entendieron.