Cuando Blancanieves despertó se encontró con que, después de tener
que aguantar a la estupendísima madrasta (casi 40 años y ni rastro de patas de
gallo o celulitis), había sido liberada por un "beso de amor". El
príncipe, era buen chaval, además de apuesto, y pensó que heredaría un reino, no
tendría que fregar escaleras y sería una mujer con marido.
A unos cuantos kilómetros del lugar vivía Rapunzel, una muchacha
rubia y preciosa que se había pasado toda su vida encerrada en una torre
altísima, con sendas ventanas y vistas al mar pero sin escalera ni puerta. La
encerró la bruja para que nadie más pudiera admirarla y cuando la iba a visitar
le gritaba que tirara su trenza para trepar por ella. Cierto día, por cosas
que suceden sólo en los cuentos y en "Sexo en Nueva York", al
príncipe le dio por pasearse por las profundidad del bosque y oyó una dulce voz.
Tanto le atrayó, que la siguió y llegó hasta la torre. Subió por la trenza y ni
corto ni perezoso le pidió que se casara con él. Rapunzel nunca había visto a
un hombre antes, pobre muchacha, cándida e inocente como era. Pero no dudó en
decirle que sí y bueno, a parte de alguna que otra desgracia acabaron
celebrando el bodorrio.
Lo que nadie nos cuenta es lo que pasó después: Dicen las malas
lenguas que Rapunzel y Blancanieves acabaron flipándolo con el tema del sexo.
De hecho, al principio les dolía un poquito pero fueron descubriendo nuevas
posturas y se volvieron unas hedonistas del copón. Rapunzel, por su lado,
comprendió que aquel calor que sintió al ver a su amado no era pudor... era
otra cosa. Blancanieves, por el suyo, propuso varios juegos al príncipe: A los
actores, a no conocerse y a otros que fueron subiendo de tono (aún se
habla por aquello lares de la silla de montar y la fusta que encontraron en sus
aposentos). Pasó el tiempo y se quedaron embarazadas, tuvieron críos pero no
pudieron estar con sus maridos pues por aquel entonces sexo y embarazo estaba
contraindicado. Pronto los maridos, como buenos machos, decidieron poner
solución al asunto con las cocineras del castillo... nada importante, sólo
sexo. Las chicas, por su lado, no podían hacer lo mismo: La mujer es el templo
de la virtud, aunque, para la mayoría de nosotras, siempre haya una puta en
nuestro interior, como si ser puta fuera algo malo. Pensando, empezaron a
sentir vergüenza de su apetito sexual, de sus ganas de experimentar y se fueron
retrayendo. Eran madres ahora, se debían a sus criaturas y ya no se puede
permitir uno jugar a los ardores de la adolescencia. Cuando se recuperaron,
retomaron tambiénn la vida conyugal... pero algo había cambiado. Para ellos,
ellas eran familiares, demasiado familiares... Pero eran sus esposas y
las madres de sus hijos. Ellas...su cuerpo había cambiado y se sentían
horrendas en su desnudez. Acabaron tocándose, solas, y ellos buscaron el ardor
perdido en otros brazos. El tremendo mal entendido de siempre... te quiero pero
no puedo decirte lo que siento, estoy tan avergonzado que mejor no lo digo.
Puedo esconderlo para no hacer daño... claro que sí, sólo quiero protegerme y
protegerlo o protegerla.
Éste sí que es el cuento
de siempre. No tiene moraleja. Siglos después estamos en algún lugar entre
Rapunzel / Blancanieves y la puta que llevamos dentro. Dicen, que a sus hijas
les hablaron con claridad. Mi abuela me contó que los de mi familia somos
descendientes directos de Rapunzel. Quizás por eso nunca he entendido muy bien
eso de que todavía haya que tirar la trenza, de que haya tantos príncipes que
necesiten vender besos de amor cuando quieren decir sexo. Queremos torre alta y
queremos cama baja... Y cuando lo tenemos...es posible que no podamos ni
manejarlo