Carmela llevaba, lo
contaba todos los días, 2 años y tres meses con su novio. Se habían conocido en
un estupendo bar de cócteles de Madrid. Ella le vio nada más entrar y, a pesar
de poder pasar por el camino más corto, decidió ronearse un poco y,
aprovechando las estrecheces del momento, rozarle el paquete con las nalgas. A
él le pareció estupendo, y acabaron charlando animadamente hasta que llego la
hora de quitarse la ropa. Por supuesto que ella no tenía ganas de estropearlo…
porque parecía un chico especial, dulce, guapísimo y que quedaría genial con
ella. Así que con toda la dignidad que le permitieron los tacones de aguja, las
larguísimas piernas y la torza que llevaba, subió las escaleritas de su chalé
siendo neo-virgen. Una no se deja deja hacer la primer noche si quiere que el
chico le dure un poco. Por su parte, Javi, se fue a casa con un dolor de huevos
garrafal y con la firme convicción de que la llamaría al cabo de un par de
días… al día siguiente sería de desesperado y poco interesante. Con el paso del
tiempo descubrieron la grandeza del sexo y lo mucho que se reían juntos. Se
pusieron nombres de esos que hasta los enamorados más “antisistema” acaban
abanderando… y hasta hoy. Para celebrar que era el tercer mes del segundo año
que compartían decidieron ir a cenar a uno de los locales más modernillos de la
capital. Justo en la mesa de al lado se sentaban Amanda, una yankee enamorada
de la cultura española, y su novio Andoni, un enamorado del cocido madrileño
que estudiaba el doctorado de turno en
la politécnica de Madrid. Lo que tenía que ser un divertido asunto de cama
acabó siendo algo más, casi por casualidad, natural como tirar un poco la
cabeza hacia atrás al expulsar el aire del cigarro (o hacia arriba, según los gustos
y ensoñaciones de los del gremio). Salvo algunas diferencias culturales que
estaban llegando a medida que la cosa se iba afincando, eran felices sin
saberlo, encantados de haberse conocido en unos conciertos indies. Vivían en
esa despreocupación del principio en el que nadie espera nada del otro más que
el rato que pasen juntos. Quizás la fase más carpe diem de los amantes. Quizás
la única. Quizás la menos embrutecedora. La camarera que atendió a Carmela era una chica
encantadora que al ver a Javi pasó de la sorpresa a la sonrisa dibujando una
rara mueca que yo misma pude describir como “te han pillado con la guardia
baja”. Se saludaron con dos besos que más que un formulismo expresaban una
sincera alegría. Carmela asistió al espectáculo curiosa, al cabo de 5 minutos
ya se habían puesto al día de todo, incluso de cómo estaba la abuela de ella
que hacía unas lentejas brutales y que se estaba quedando ciega por culpa de la
diabetes. Pidieron un vino caro y carne a la parrilla. Fue una cena encantadora,
pero algo ensombrecía los ojillos verdísimos de Carmela… en toda la velada Javi
no había establecido contacto físico con ella. A pesar de las miradas cómplices
y de que se rieron mucho, como siempre, no pudo llegar al segundo orgasmo
porque andaba un poco despistada, como puntualizó al acabar. Él pensó que ya no
disfrutaba como antes y ella se empezó a preguntar quién era la camarera. Por
supuesto, son tonterías y nadie pensó que fuera digno de mención… no fuera que
mostrar inseguridad pudiera crear un conflicto.
Amanda y Andoni
cenaron cocido, y como no es algo que deba ingerirse por la noche decidieron
dar un paseo hasta llegar al piso de ella en el que dormirían. Andoni no tenía
ni idea, pero el ex novio de Amanda había sido un cabrón de cuidado. Habían pasado
juntos tres años de los cuales uno fue de convivencia. Ella siempre había sido
una chica alegre, algo alocada e irresponsable… inocente. Sentía que después de
su ex, le habían arrancado algo que no se podía recuperar. Pasó por un proceso
de curación extraño, un luto de un año exacto y empezó a follarse a Andoni.
Poner tierra de por medio y a un vasco en tu vida ayuda a olvidar. Aprender un
idioma nuevo y adaptarse a una nueva cultura requirió casi toda su atención, lo
que le dejaba poco tiempo para pensar. Además, quería demostrarse a sí misma
que podía y pudo… Recuperó la poca autoestima que le quedaba y empezó a
sentirse más bonita y pronto recuperó las ganas de acostarse con hombres. El
resto de la historia acaba como se ha dicho más arriba. Lo que casi nadie sabe
es que se rodó una película basada en su historia…Se llama “nine songs” y es la
peli más porno y elegante que he visto hasta hoy.
De lo que les ocurrió más adelante a sendas parejas no tengo
ni idea, creo que dependerá de la visión del lector. Algunos creerán en que
seguirán juntos, otros que nada dura siempre, otros que importa poco una cosa o
la otra… Lo que sí está claro es que las
cosas nunca suceden como las imaginamos, que siguen un cauce que se nos escapa
y que sólo podemos hacerlo lo mejor que sepamos.
Firmado: El locuelo
de las flechas y el carcaj, condenado a llevar pañal a pesar de haber crecido.